Bretaña francesa, cuna de leyendas (segunda parte)


Salimos de Saint Malo y nos dirigimos hacia el Sur, a la Costa de Morbihan. Nos desviamos un poco de nuestro camino para llegar hasta Fougères. Aparcamos justo al lado de la Iglesia de Saint Leonard y entramos en un original parque dedicado a los inventos de Leonardo da Vinci. Desde allí hay unas fantásticas vistas al castillo y a toda la ciudad medieval. Después de pasear por ese cuidado jardín, bajamos por las empinadas calles siguiendo a un grupo de moteros y vemos varios bares y restaurantes con buena pinta. Decidimos sentarnos en la terraza de  «La creperie des Remparts», regentada por un español que nos atiende con mucha simpatía. Nos comemos unas galettes con hamburguesa y cebolla confitada en la terraza y nos bebemos una sidra fresquita de la región. Cuando terminamos, como estamos al lado de la fortaleza, nos acercamos a visitarla. El castillo cuenta con más de diez siglos de historia y su perímetro es bastante importante, así que mientras lo rodeamos, entramos en la Iglesia de Saint Sulpice y nos acercamos al barrio medieval, donde impera una gran tranquilidad. Va siendo hora de ponernos en marcha de nuevo, así que acabamos de dar la vuelta y volvemos al coche.


A media tarde llegamos a Auray, la población donde vamos a dormir los próximos días. Nuestro hotel se llama «Le Clos des Evocelles», un pequeño alojamiento de cinco habitaciones, cada una con una personalidad diferente. La nuestra es la habitación «andalouse», con una decoración de estilo sur de España con tonos anaranjados y un amplio baño italiano. Las instalaciones son perfectas para unas buenas vacaciones: piscina, jacuzzi, sauna y una bonita sala para desayunos. Después de relajarnos y darnos un buen chapuzón, nos vamos caminando a cenar al puerto de Saint Goustan. Bajamos por una calle empinada hasta llegar al puente, pero justo antes de cruzarlo hay un mirador desde donde las vistas al puerto son espectaculares. Como está anocheciendo, los restaurantes y bares forman un conjunto de luz que se refleja en el agua, lo que hace que todavía tenga más encanto. Una vez en el otro lado damos un paseo mientras miramos la oferta de menús. Acabamos entrando en «La Licorne» y nos sentamos dentro, porque la terraza está a reventar. Nos pedimos una ensalada de salmón, vieiras y langostinos, unos profiteroles de mousse de andouille (embutido típico) y brocheta de pescado con guacamole de crustáceos. Cenamos muy bien y volvemos al hotel dando un paseo para bajar la comida y los helados que han caído de postre.

Por la mañana, después de un completo desayuno, preparamos bañador y toalla para ir a la playa. Pero antes, nos acercamos al mercado de Auray y compramos comida para llevar en una rotisserie, que así aprovecharemos más horas al sol. Nos lo preparan muy bien en bolsas de congelado para que aguante hasta la hora de comer. Luego entramos en la oficina de información y turismo para buscar un mapa de playas y que nos aconsejen cuáles están mejor. Nos decantamos por «Saint Colomban», en Carnac. Aunque ya son cerca de las 12h, está medio vacía y el mar está en calma, porque queda recogida como una cala y no hay olas. Desplegamos toallas y a relajarse. Como el sol apreta, nos metemos en el agua, pero poco a poco, que está muy fría y cuesta entrar en calor. Cuando nos entra el hambre, sacamos nuestro picnic y unas Breizh-Cola (coca cola bretona) y comemos tranquilamente mientras disfrutamos del sol. Y es ahora cuando empieza a llegar la gente a la playa, que enseguida se llena de familias, parejas jugando a palas, grupos jugando a voley y los niños haciendo sus castillos de arena, que como la marea ha bajado mucho, hay espacio de sobras. Lo que más nos sorprende es la cantidad de gente que llega  para coger berberechos, almejas, mejillones, caracolillos y toda clase de crustáceos que han aparecido al retirarse el agua. Los ermitaños pasean tranquilamente hasta que una mano los agarra y los mete en el cubo. Después de tomar el sol un rato más, volvemos al hotel a cambiarnos.

Hemos pensado ir a conocer Vannes y de paso cenar allí. Llegamos en menos de media hora y aparcamos al lado del puerto, que está a rebosar de gente y hay una bonita puesta de sol. Desde la Place Gambetta cruzamos la Porte de Saint-Vincent y entramos en el casco antiguo, donde se respira Edad Media en la mayoría de edificios. Pasamos por la Place des Lices, donde antaño se celebraban torneos, y aunque ahora está lleno de coches, la forma circular ayuda a que te lo imagines 500 años atrás.

Nos adentramos por el entramado de callejuelas hasta bordear la catedral por la calle Saint Gwenaël, donde cada una de las fachadas de los edificios son especiales y restauradas en diferentes colores. No paramos de fotografiar también los letreros de hierro forjado que adornan las entradas de los comercios. Tenemos ya una buena colección. Bajamos hasta la Porte Prison y volvemos por el otro lado de la catedral, buscando un sitio para cenar. Nos gusta una terraza muy animada en una pequeña plaza y nos sentamos en una mesa tranquila a cenar unos mejillones a la provenzal y una ensalada césar de estilo bretón. Y rematamos con una crêpe de chocolate caliente. Vemos que en varias mesas sirven un postre que flambean al momento y la pareja que tenemos al lado nos explica que es una especialidad bretona con Calvados. Lo dejaremos para otro día… Después de cenar seguimos descubriendo la ciudad. Ahora nos dirigimos al Paseo de la Rabine, que bordea gran parte de la muralla. Al acercarnos oimos música y vemos mucha gente que se dirige hacia allí. En el foso están haciendo un espectáculo de bailes regionales de Bretaña, pero con un estilo moderno. El marco que han escogido no puede ser más excepcional y nos quedamos hasta que termina. Y de allí volvemos al puerto, donde hay un concierto de música rock. Estamos un rato viviendo el ambiente y volvemos al coche para volver a Auray.

Al día siguiente nos vamos a la costa Finisterre, la más occidental de Francia. Nuestro objetivo es llegar a Pointe du Raz, pero por el camino paramos en Confort Meilars, a fotografiar el bonito Calvario que hay a pie de carretera. Media hora más tarde aparcamos el coche y nos encontramos un paisaje rocoso y escarpado. Desde uno de los extremos del cabo, se distinguen dos faros y a lo lejos la Isla de Sein, a la que se accede por barco. Regresamos al coche dando un agradable paseo bordeando el mar. Desde aquí llegamos a Quimper en menos de media hora. Es la hora de comer y teníamos intención de acercarnos  a una creperie bastante famosa, pero aunque son las 14h no nos quieren servir, así que nos sentamos en la de al lado, «Ty Ru» y parece que salimos ganando. Pedimos la especial del día, una galette de trigo negro con foie de canard, manzanas caramelizadas y brotes tiernos. La mejor hasta el momento. Ahora toca conocer la ciudad, que aunque es pequeña, está llena de plazas con encanto, calles comerciales que mezcla boutiques de moda con  tiendas de artesanía y chocolaterías. Vemos muchos edificios señoriales, con fachadas a cada cual más elegante.

A media tarde llegamos a Locronan, una pintoresca población, de la que dicen que es una de las más bonitas de Francia. Enfilamos la calle principal que nos lleva hasta la plaza del pueblo. Edificios medievales y elegantes casas a un lado y otro. Decenas de tiendas artesanas, desde cervecerías hasta panaderías, pasando por una librería celta. Nos compramos un «Kouign Amann«, un pastelito típico bretón, hecho de mantequilla y hojaldre. Los pedimos de limón y frambuesa. Son un placer para el paladar. Mientras oscurece están montando una feria artesanal, que acabará dando un toque de cuento a esta preciosa villa.

Un día más y toca conocer los Alineamientos de Carnac, un conjunto megalítico de menhires y dólmenes junto a la carretera. Está el día lluvioso, lo que ayuda a crear una atmósfera más fantasmal. Es impactante ver las piedras tan rectas en fila y pensar que llevan así tantos miles de años. ¿Qué querrían representar? Dicen que es la concentración de piedras erguidas más importante del mundo. Se puede visitar Le Ménec, Kermario y Kerlescan. Una buena forma de verlos todos es recorrerlos en bici.

Después de disfrutar de este espectáculo, vamos a Carnac, una animada localidad costera, rodeada de playas,  restaurantes, cafeterías… Hay mucha vida en sus calles y un ambiente muy familiar. Después de comer, nos animamos a alquilar un Segway para hacer la ruta de playas, que dura 1 hora. Es la primera vez que lo probamos y después de que el instructor nos enseña a manejarlo, nos ponemos en marcha. Al principio da un poco de respeto, pero luego te dejas llevar y se disfruta mucho. Empezamos por la Grande Plage y continuamos bordeando cada una de las playas de Carnac. Una divertida experiencia que nos llevamos de recuerdo. Para cenar escogemos «Le West«, un restaurante de dos pisos en estilo rústico, que invita a entrar desde el primer momento que lo ves. Buena comida y de calidad. Un acierto.

Por la mañana nos vamos en dirección a Rochefort-en-Terre, una pintoresca población peatonal, que en verano llena sus balcones con flores de múltiples colores. Parece que el tiempo se haya detenido en plena época medieval. Cuando se nos abre el apetito nos sentamos a comer en «La Tour du lion«, un restaurante situado en un edificio del S.XVI y con un bonito jardín con mesas en el exterior. Hay un menú especial del día de especialidades bretonas: cocotte de jugo de cochinillo con patatas y fondue de puerros, brick de cordero y patés de la zona entre otros. Y ahora, toca explorar esta preciosa localidad, repleta de tiendas de artesanía que invitan a entrar y comprar. Cuando estamos paseando por la Place des Puits, aparece un carro de caballos que se para en mitad de la plaza. Es una pescadería ambulante, con pescado fresco, conservas y especias. Algo tan normal hace siglos y que ahora nos parece un espectáculo. Muy auténtico. Es hora de seguir conociendo otros pueblos, pero antes entramos en la iglesia Notre Dame de la Tronchaye, donde se acaba de celebrar una boda. Pequeña, austera, coqueta, pero con tanto encanto que no tiene nada que envidiar a muchas catedrales.

Por la tarde llegamos a Josselin, una población cercana que alberga un castillo gótico de la época feudal, a pies del río Oust. Propiedad de la familia Rohan, todavía sigue habitada aunque se pueden visitar algunas habitaciones y jardines. Seguimos callejeando, paramos en la antigua lavandería  y cruzamos el puente hasta llegar al barrio de Sain Croix, muy pequeño pero con vestigios de cómo pudo ser siglos atrás. Fue restaurando hace diez años. Paseamos por el canal, donde descansan pequeñas embarcaciones fluviales que recorren la Bretaña navegando por sus ríos. La catedral, en una plaza central, es sobria pero muy acogedora, con unas vidrieras fascinantes y unas vistas imponentes desde la torre.

Es hora de volver a Auray a cenar. Hoy no nos alejamos mucho y entramos en la «Pizzería Borsalino». Pastas y pizzas sabrosas y de calidad.

Nuestro último día en esta zona de Francia, nos lleva al Bosque de Broceliande, en busca del Mago Merlín. En información nos dan un plano en el que indica cada símbolo de este bosque mágico. Como todo está bastante distante, escogemos el camino del «Valle sin retorno», pero antes compramos unas galettes para el camino. Empezamos el recorrido en Trehorentecu y a los pocos metros encontramos el «árbol de oro», un símbolo del escultor François Davin, un castaño con forma de cabeza de ciervo, rodeado de árboles negros que recuerdan un incendio que hubo años atrás, y así concienciar a la gente de que hay que cuidar el bosque. Nos adentramos en una parte más espesa, pero es fácil seguir el camino al lado de un riachuelo serpenteante. Lo cruzamos, subimos alguna cuesta escarpada y al llegar a la cima tenemos la recompensa. Divisar la grandeza de la naturaleza desde arriba.

El resto de la tarde lo pasamos de compras, en la piscina descansando y despidiendo este viaje con una deliciosa cena en el puerto de Saint Goustan.

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